Jue. Abr 18th, 2024

Desde pequeños a muchos se nos inculcó la sexualidad como un tema importante y aunque en ocasiones a algunos se les trata con suma cautela e imaginación, agregando abejitas, flores y bebes que salen al sol guiados por una cigüeña, otros prefieren hablar con franqueza y tranquilidad a sus niñ@s sobre este tema y de alguna forma lo considero un acto educativo y amoroso que permite que al ir creciendo tengamos el conocimiento y las herramientas que proporcionan suficiente libertad y criterio para saber el valor que tiene nuestro cuerpo y espíritu, lo cual sirve para que a su vez podamos elegir qué nos gusta, cómo y cuándo expresarlo.

El nacer con ciertos genitales o en cierta familia de tal religión o creencia, condiciona de muchas maneras lo que podemos aprender y creer que está bien o mal sobre la visión de nuestro cuerpo y la forma de compartirlo con otr@s. Que si se es mujer u hombre, que si nos gusta el sexo opuesto o igual, que si somos gays, lesbianas, transexuales, bisexuales y demás, miles de preguntas que en muchas ocasiones me resultan innecesarias y absurdas. ¿Por qué debemos clasificarnos, categorizarnos, limitarnos a un solo tipo de vida, conducta y gusto? creo que no lo entiendo ni lo entenderé.

En lo particular crecí en un mundo un poco dividido, mi familia paterna siempre ha sido bastante tradicional y cerrados en la cuestión de sexualidades diferentes a lo impuesto por la sociedad; por otra parte, en mi familia materna el tema es mucho más relajado y en la mayoría de casos se puede hablar sin tapujo, o al menos así es y ha sido en mi casa. Mi mamá siempre me ha inculcado libertad y amor, el seguir mi corazón y mis instintos como ley, por lo cual nunca vi de su parte algún problema hacia la diversidad sexual, algo que era para mí en primeros términos curioso, pese a que en mi proceso de juventud se daba de forma opulenta en el contexto.

A medida que uno va creciendo entiende muchas cosas, en mi caso tener amigos abiertamente homosexuales me ayudó a ver que en realidad la atracción y el amor van mucho más allá del género, porque cuando uno encuentra a alguien que le mueve el mundo no tiene por qué existir una limitación basada en el tipo de empaque en el que venga. Por lo anterior creo que el término “pansexual”, palabra existente desde la época de Sigmund Freud, me llama mucho la atención, debido a que me siento identificada de alguna manera, pareciéndome interesante y hasta contradictorio que encierre tanta amplitud y variedad en tan solo 9 letras, que por cierto se han puesto bastante de moda en el siglo XXI.

Para que entiendan un poco, pansexual se compone del prefijo pan, que significa todo y la palabra sexualidad, lo que indica que la gente que se considera pansexual no restringe su atracción hacia otro ser humano, sino que traspasa lo físico vislumbrando una conexión energética, diferenciándose así de la bisexualidad que se limita a un gusto por hombre o mujer.

En algún momento de mi vida me llamó la atención una niña, lo cual en ese instante fue un poco chocante y me hacía cuestionarme, sintiendo que eso era casi un pecado, lo cual hoy en día es gracioso y un poco triste, puesto que no es justo, ni está bien que otros nos impongan condiciones para amar, querer o simplemente sentir gusto por alguien. Al conversarlo con mi mamá ella me hizo entender que no estaba mal y que uno no podía, ni tenía que sentir pena de sus emociones, ya que son esas las que nos mantienen vivos y nos ayudan a existir, sobrevivir, resistir, latir, reír, generar vida y demás.

Poco a poco se fue haciendo algo tan natural que podía hablarlo con mis amistades y fue ahí donde me di cuenta que no era la única a la que algo así le había pasado y aunque nunca he estado con una mujer, entiendo a la perfección a personas que están con otros a quienes algunos ven como política o moralmente incorrecto que estén.

Esta visión me ha abierto la perspectiva sobre muchas cosas, haciéndome más humana, más sincera, porque finalmente la vida da miles de vueltas, no sé qué ocurrirá dentro de algunos días o años, no sé quién será el amor de mi vida o la persona con la que querré compartir lo que me quede, pero hoy sé que no va a ser por su envoltura, sino por la energía que me conecte a su alma y la capacidad que tengamos para hacer más bonitos incluso nuestros peores momentos.

Para los que coinciden con mi visión, para los que no la comprenden pero la respetan, para los que terminaron o ni siquiera continuaron leyendo porque se indignaron al no entender con qué se come eso de la pansexualidad, creo que hoy todos somos el espejo de alguien, la motivación de otro para seguir nuestros pasos. Esta es una invitación a ser un poco más abiertos, más tolerantes, a ver más allá de nuestras narices y ponerse en los pies de los otros, en especial si hay niños a nuestro alrededor, no es lo mejor condicionar sus gustos. Como lo dije anteriormente, siento que es más positivo permitir a través del conocimiento y el respeto que sean ellos los que decidan a quién querer.

Lo físico es solo algo que está ahí acompañando el alma, lo material es cambiante, se daña, se acaba. En cambio, como explica el médico estadounidense, el Dr. Stuart Hamerroff y el físico británico Sir Roger Penrose, quienes desarrollaron una teoría cuántica de la conciencia, estableciendo que nuestras almas están contenidas dentro de estructuras llamadas microtúbulos, que viven dentro de nuestras células cerebrales. En una experiencia cercana a la muerte, los microtúbulos pierden su estado cuántico, pero la información dentro de ellos no se destruye. En términos comprensibles, el alma no muere, sino que vuelve al universo.