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Clasismo migrante: papeles, poder y pasaporte

Al regularizarse en Europa, algunos latinos cambian su actitud hacia otros migrantes. Un fenómeno cada vez más visible, clasismo migrante.

Migrar no es fácil, y obtener papeles tampoco. Pero hay algo aún más duro, ver cómo, una vez regularizados, algunos latinos cambian su forma de mirar a los demás.De repente, se sienten superiores por tener documentos, evitan hablar español en público, se alejan de los recién llegados, de la comida, la música que antes amaban o incluso prefieren no tener relaciones afectivas con otros latinos. Este fenómeno, cada vez más visible, se conoce como clasismo migrante o eurocentrismo internalizado.

Y no se trata solo de adaptación, sino de mimetización. De querer parecerse al modelo dominante para obtener validación. En este caso, al europeo blanco, organizado y distante. De esta manera, el pasaporte o la visa se convierten en símbolo de estatus y lo latino en una marca que conviene diluir para poder avanzar.

Autores como Walter Mignolo y Enrique Dussel, referentes del pensamiento decolonial, explican que la migración no solo activa mecanismos de supervivencia, sino también de aspiración simbólicaEl deseo de parecer europeo está profundamente vinculado a la colonialidad del saber y del poder, estructuras históricas que sitúan a Europa como el centro de lo válido, lo civilizado y lo digno.

Esa mentalidad lleva a que algunos migrantes comiencen a sentirse superiores al resto una vez obtienen papeles. Pero lo que muchas veces no se dice es cómo se consiguieron esos papeles. Y ahí aparece una asimetría dolorosa.

Una vez, conversando con una latina migrante, me dijo con franqueza: “Yo ya no me fijo en latinos sin papeles… eso no me sirve.”

Cabe decir un ella no lo dijo desde la arrogancia, sino desde la lógica de la supervivencia. Lo entendí así, una relación con un latino sin papeles, en Europa, puede significar más vulnerabilidad, más estrés, más incertidumbre. En su frase no había desprecio, había cálculo. Y ahí comprendí que el clasismo migrante no siempre se construye desde el privilegio, sino también desde el miedo y la necesidad de resolver la vida en un sistema que no perdona la irregularidad.

El problema no es querer estabilidad porque eso es legítimo. El problema es cuando, en ese intento, se empieza a jerarquizar a las personas según su situación legal o su utilidad. Esa lógica, muchas veces inconsciente, genera una brecha simbólica dentro de la misma comunidad migrante. Un abismo que no siempre nace del lujo, sino del miedo.

Lo más complejo es que, al regularizarse, algunas personas no solo cambian su estatus, sino también su mirada. La frontera deja de ser un trámite migratorio y empieza a habitar en la forma en que se relacionan con otros migrantes. Ya no desde el “nosotros”, sino desde una distancia silenciosa.

Reconectar sin romantizar

Todos cambiamos al migrar. Pero si esos cambios nos alejan de lo que somos, si nos hacen negar nuestra historia, nuestro acento, nuestra comunidad, incluso el deseo de conectar con alguien de nuestra región, ¿qué estamos ganando realmente? ¿Solo dinero?

La verdadera integración en otro país no consiste en dejar de ser quien uno es. Se trata de construir puentes sin quemar los del origen. Porque si algo me ha enseñado la vida migrante, es que tener documentos legales no nos hace mejores. Solo nos da una nueva responsabilidad: no olvidar, ni despreciar al migrante.

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