Bizaromesa.com

Cultura, sociedad y crítica creativa

El sonido real del trap caleño, la calle escribe primero

El trap caleño se está convirtiendo en legado, archivo, memoria y resistencia cultural. 

Hay ciudades donde la música se aprende y hay ciudades donde la música se sobrevive. Cali pertenece al segundo grupo. Aquí el trap no es moda, ni tendencia, ni cálculo de la industria, es una forma urgente de contar lo que el Estado, los medios y las élites nunca quisieron escuchar. Es una crónica sin permiso, escrita desde la esquina, el rebusque, el peligro y la creatividad radical del que tuvo que inventarse la vida desde cero.

Porque en Cali la calle es el primer conservatorio. Ahí se aprende a caminar distinto, a mirar con filo, a escuchar con atención. Se aprende cuándo correr, cómo pararse y levantarse, cuándo callar y cuándo hablar fuerte. Esa pedagogía dura se convierte en ritmo, en cadencia, en un pulso que late más rápido que el miedo. Por eso el trap caleño suena como suena, crudo, aletoso, sin maquillaje.

Y crear desde ahí no es gratis. Cuesta salud mental, oportunidades que nunca llegaron, noches sin dormir, amenazas, puertas cerradas, hambre, desconfianza, silencio. Cuesta demostrar que tu voz vale cuando naciste en un país donde el talento es un lujo y la vida del barrio siempre es negociada. Eso es algo que quienes hacemos contenido, arte o periodismo desde Latinoamérica entendemos bien, #HacerArteNoEsGratis.

Pirlo, uno de los pilares más sólidos del trap en Colombia, lo entendió desde temprano. No es un artista fabricado, es un síntoma vivo. Su música es diario, herida, humor negro y ganas de comerse el mundo. Lo escuchan quienes crecieron entre balas perdidas, tusi, busetas, fiestas sin ley y sueños tercos. Pirlo no inventa el barrio, él lo traduce, lo ordena, lo devuelve y lo hace un documento sonoro.

Pero esta historia no es solo de él. Cali tiene una generación completa, está Esteban Rojas, Deuxer, DFZM, Reboll333, Lil Keren, Los Rogelios, Knaya, Maicol La M y más chamacos que están convirtiendo la cotidianidad en archivo. No buscan verse “duros”, porque ya les tocó vivir duro. No actúan calle, son calle y por eso la música les queda honesta, incómoda, poderosa.

El trap caleño tiene una estética del dolor que solo esta ciudad puede producir. Suena a nihilismo, esquina mojada, a humo, a buseta llena, a bohemia sin reglas, a fiesta que no debería existir pero igual ocurre. Suena a orgullo, humor y escasez. Lo que para otros es ruido, para Cali es algo histórico.

Desde Europa, donde escribo esto, ese sonido pega distinto. Los migrantes sabemos que la música de casa no solo entretiene, acompaña para ser  puente y cura. Escuchar a estos artistas desde lejos es recordar el barrio, reírse de la propia historia, sanar lo que nunca se dijo. Porque el trap conecta lo que la migración separó, el que se fue, el que se quedó y el que todavía sueña con volver.

Cali no pide permiso para crear. Nunca lo hizo y esa es su magia.

Hoy el trap caleño se está convirtiendo en legado, archivo, memoria y resistencia cultural. No nació para competir con nadie, sino para decir lo que otros callaron. Porque cuando una ciudad logra convertir su dolor en arte, deja de ser herida para convertirse en historia.

Una que ahora le pertenece al mundo, pero que siempre escribirá la calle primero.

Deja un comentario