Bizaromesa.com

Cultura, sociedad y crítica creativa

¿Debe ser el Estado el que financie la cultura?

El arte sobrevive gracias al Estado, pero su dependencia impide una industria cultural libre, sostenible y diversa.

Sin los recursos del Estado, muchas manifestaciones culturales ya habrían desaparecido. En América Latina, pese a la precariedad, los fondos públicos han sido salvavidas para el cine independiente, las bibliotecas comunitarias o las casas de la cultura. En Europa, por su parte, el Estado sigue siendo uno de los principales sostenedores de orquestas, teatros, museos y festivales, pero eso no significa que el sistema funcione de manera justa.

Cada año, cientos de artistas en Colombia, Argentina, México, España, Alemania o Austria viven el mismo ciclo: redactan proyectos, ajustan presupuestos y esperan becas o convocatorias. Ese calendario, convertido en rutina casi religiosa, plantea una pregunta incómoda, ¿y si esa espera constante, más que una solución, es parte del problema que impide construir una verdadera industria cultural?

En muchos países latinoamericanos, los presupuestos destinados a cultura son simbólicos. El clientelismo se disfraza de “jurado especializado”, los pagos se retrasan durante meses y los trámites administrativos asfixian los procesos creativos. En Europa, aunque hay más recursos disponibles, los filtros ideológicos y el temor a incomodar a ciertos sectores llevan a muchos artistas a la autocensura.

Cuando la cultura depende únicamente de la validación institucional, del presupuesto ministerial o de la voluntad política del momento, surgen preguntas esenciales ¿Una obra solo vale si lleva el sello de un ministerio?

Más allá del Estado: corresponsabilidad cultural

La solución no está en eliminar el apoyo estatal, sino en diversificar los mecanismos de sostenimiento. Si solo se mira hacia arriba, se olvida que el arte también se nutre hacia los lados: en la gente, en las redes, en lo colectivo. Y es ahí donde el rol del público es esencial.

¿Por qué se pagan 10 dólares para entrar a una discoteca, pero no para asistir a una exposición de una artista emergente? Se gasta sin reparo en consumo efímero, pero se regatea el valor de una función teatral o una presentación musical. Parte del reto es educativo, reconocer que el arte no es un lujo, sino un bien común.

Las empresas locales también pueden ser aliadas, no para imponer su logo, sino para impulsar lo que construye comunidad. En Europa, muchos bares se unen con exposiciones y artistas. En Colombia, empresas como ConstruRefri han patrocinado murales, batallas de rap y proyectos emergentes, demostrando que el compromiso cultural no depende del tamaño, sino de la visión.

Además, existen herramientas digitales como crowdfunding, Patreon, Bandcamp, suscripciones o redes cooperativas entre artistas, que muchas veces resultan más sólidas y flexibles que los modelos institucionales.

Casos reales y lecciones compartidas

Desde BizarroMesa.com he vivido tanto la búsqueda de apoyos institucionales como la fuerza transformadora de la autogestión. En Europa, varios colectivos de migrantes latinos sostienen actividades culturales sin un solo euro estatal, lo hacen con cuotas, voluntariado y un profundo sentido de pertenencia.

Es por eso que la cultura no puede ser entendida como limosna ni como un privilegio gestionado desde el poder. Es un derecho, una necesidad y una responsabilidad compartida. El Estado debe seguir siendo parte del ecosistema cultural, pero no puede ser su único pilar. La fragilidad de ese modelo queda expuesta cada vez que un cambio político amenaza años de trabajo.

Construir un ecosistema sostenible implica reconocer que el arte no solo vive del presupuesto, sino del compromiso de una sociedad entera. Si estás leyendo esto, es porque la cultura te importa. Y si te importa, no la delegues, apóyala, compártela, finánciala, hazla parte de tu vida, porque solo así dejará de ser un trámite anual y se convertirá en una verdadera industria cultural.

Deja un comentario