Netanyahu encontró en el exterminio un oxígeno que lo mantiene en el mando y lo blinda frente a los tribunales.
En Gaza ya no se cuentan ruinas, se cuentan cadáveres. Casi 100.000 personas, en su mayoría civiles, han sido asesinadas en menos de dos años. Mientras tanto, Benjamin Netanyahu duerme tranquilo. ¿Por qué?
La respuesta no está en la locura de un hombre, sino en la maquinaria del poder. Acorralado por juicios de corrupción que amenazan con hundir su carrera, Netanyahu encontró en el exterminio un oxígeno, ya que lo mantiene en el mando, lo blinda frente a los tribunales y, en un Israel fracturado por divisiones internas, el miedo es la mejor campaña de reelección.
Pero no se trata solo de supervivencia personal. Es también estrategia. Bajo el lema de “destruir a Hamás”, se castiga a toda la población palestina. Israel arrasa hospitales, escuelas y barrios enteros. Condena a millones al hambre y al desarraigo, perpetuando un proyecto colonial que comenzó en 1948 con la Nakba, cuando más de setecientos mil palestinos fueron despojados de su tierra.
No obstante, Netanyahu no actúa solo. Su guerra tiene patrocinadores como Washington, que lo financia con armas y lo protege con vetos en la ONU, mientras Europa, con discursos vacíos, observa como la impunidad internacional se convierte en el escudo de Israel.
Para muchos judíos, Netanyahu se proyecta como un líder histórico, casi mesiánico. Para él, las muertes palestinas son daños colaterales. Para el mundo, son una herida abierta que expone la hipocresía global.
No es un delirio personal de un asesino, es un cálculo político sostenido en un plan de exterminio. Y mientras los inocentes caen, Netanyahu se aferra al poder con las manos manchadas de polvo y sangre.
Deja un comentario