Voyeur, un documental con una enorme lección de periodismo

Cuando fue publicado por la revista New Yorker en 2016, leí ávidamente The Voyeur’s Motel (El Motel del Voyerista), el extenso reportaje donde Gay Galese revelaba un secreto que había guardado durante 36 años.

En ese entonces, el 7 de enero de 1980, Talese recibió una carta de un hombre llamado Gerald Foos quien le confesaba ser el dueño de un pequeño motel cerca a Denver, el cual había modificado para poder espiar a sus huéspedes mientras tenían relaciones sexuales.

Talese cuenta que viajó de inmediato a conocer el lugar bajo la promesa de no revelar el secreto hasta que Foos hubiera muerto, pues el dueño del motel temía que los huéspedes tomaran represalias en su contra. La promesa fue quebrantada tres décadas después por petición del propio Foos, quien autorizó al legendario reportero a revelar la historia, pues sentía que ya había pasado suficiente tiempo y no quería irse a la tumba sin dar a conocer lo que había vivido y aprendido en todos sus años como fisgón. Además, el motel había sido ya demolido.

La publicación del reportaje de Talese causó gran revuelo en el gremio periodístico. Incluso fue motivo de una respuesta en nuestro Consultorio Ético.

“Es un deber ético escoger los mejores medios y formas que mientras más eficaces, mejor sirven al bien común. El autor de la crónica sobre este motel pudo escoger esta opción como el medio más eficaz de llegar a la conciencia de los lectores y de las autoridades”, estimó en su momento el maestro Javier Darío Restrepo.

El principal dilema ético que planteaba la publicación de la historia era que Talese había encubierto a un delincuente por más de 30 años, y ahora planeaba ganar dinero con ello. Adicionalmente, Foos confesó que en una de sus noches como observador, fue testigo de un asesinato, cosa que había ocultado a las autoridades. Esta doble disyuntiva fue el tema de uno de tuitdebates de la Red Ética que realizamos para la época.

Para mi sorpresa, unos meses después de haberse publicado el reportaje de New Yorker y a apenas unas semanas de lanzarse el libro que contenía más detalles del caso, el mismísimo Talese dijo que había sido engañado. Foos le ocultó que había otro voyeur dueño del motel a quien nunca había mencionado. Periodistas del Washington Post también comprobaron que las fechas en las que el voyerista decía haber comprado el establecimiento no coincidían con los registros públicos. Y cuando buscaron alguna prueba del supuesto asesinato cometido en el motel, tampoco hallaron nada en los archivos de la policía. Estos detalles le restaban toda la credibilidad al relato.

¿Para qué ver entonces el documental?

Precisamente por lo arriba expuesto me sorprendió encontrar en Netflix el documental Voyeur. Con el título recordé inmediatamente el reportaje de Talese, el cual era para mí una historia que debería estar condenada al olvido. Una total mentira. ¿Por qué perder el tiempo viendo un documental de una hora de duración sobre un completo fraude?

Debo confesar que por puro morbo comencé a verlo. El mismo Talese dice en el documental que todo periodista es un voyerista, porque se dedica a observar a otros para poder así contar sus historias. Me atrapó la forma en que dedican los primeros minutos a realizar un retrato de Talese. Ver el sótano de su casa donde guarda meticulosamente cajas con archivos de todos los materiales producto de las investigaciones a las que ha dedicado su vida es algo maravilloso. Otro factor que me cautivó fue la pasión con la que este hombre de 80 años sigue trabajando sin descanso, eso sí, pidiéndole ayuda de vez en cuando a su hija cuando enfrenta problemas con la tecnología.

Precisamente en ese retrato de Talese que vemos al comienzo, los productores del documental aciertan al encontrar entrevistas de archivo publicadas hace más de tres décadas, cuando él se encontraba en la etapa de mayor popularidad de su carrera tras la publicación del libro ‘Thy Neighbor’s Wife’ (La mujer del prójimo). La forma en que exponen estas entrevistas de televisión ponen en evidencia el enorme conflicto familiar que le causó a él la publicación de ese trabajo, pues su esposa tuvo que soportar que él viviera durante varias semanas en una comunidad nudista en California, donde el sexo libre era la regla. “Deseaba la verdad, y en este libro, como escritor de no ficción y periodista, plasmé la verdad. ¿Cómo lo logras?… debes participar. Debes estar ahí”, respondía Talese cuando calificaban su libro como “obsceno”.

Gerald Foos observaba a los huéspedes de su motel desde un pasadizo que había creado para tal fin.

No quiero arruinar esta breve reseña del documental con más spoilers. Pero debo advertir que en él sí se aborda el problema de credibilidad causado por los detalles que Foos no quiso revelar en su momento, muestran las discusiones que Talese y su fuente tuvieron por causa de esta falta de transparencia, y finalmente explican cómo el veterano reportero se esfuerza por salvar esta historia que se caía a pedazos.

Titulé esta reseña prometiendo que encontré en el documental una gran lección de periodismo, y es verdad. Sale de los mismísimos labios de Talese cuando la película va llegando a su fin: “No es sabio contar historias en las que tienes una sola fuente”. 

Texto originalmente publicado en
Red Ética de FNPI.org.

Reproducido con autorización del autor