Mié. May 15th, 2024

PERFILES CALEÑOS || Oiga mi gente, soy un melómano perseguidor de utopías sonoras en los corrinches de nuestra entrañable Améfrika, porque el tercer mundo no debe ser pensado como sinónimo de pobreza, sino como promesa de independencia y revolución sensorial, y como faltan menos días para festejar el mes de la Afrocolombianidad y renovar la herencia de un continente que es la madre del ritmo, les presento una panasónika del barrio Alfonso López.

Por Maelkum Marley

Si usted es de los que gozan con los venenos sonoros del prolífico pentagrama de nuestras músicas afro diaspóricas y su cuerpo está impregnado con el tumbao del espíritu latino llamado Salsa, entonces échele agüita a esa maraca pa’ que suene papá y prepárese para tremendo viaje rítmico cuando tenga la bella fortuna de escuchar en vivo el crisol de sonidos de Nancy Murillo Castro y su orquesta. Tremenda pantera de la cofradía cimarrona que llevamos en la sangre desde esta esquina aletosa, patria melódica de Buziraco y amante insurrecta de nuestra vaguemia, donde la vida se celebra en el andén y la piel es un lenguaje dancístico con pasaporte a la felicidad para aguantar con alegre rebeldía la oleada de impuestos, inequidades sociales y clichés sobre colores de raza.

Oriunda de la Calicalentura, nativa urbana del popular barrio Alfonso López y con una personalidad arrolladora, Nancy habita el mundo danzando, cantando y navegando el planeta world music, por deltas sonoros como el jazz, el currulao y actuando en series televisivas a la memoria de Celia Cruz y Jairo Varela. Sin duda, su canto está bendecido por las deidades orishas de Yemayá, Oshun, Changó y Obatalá, protecciones vitales para ese proyecto de vida trashumante que es leer a África como cuna de la humanidad, en su velocidad, en sus tiempos, en los valores de la mujer africana, los de la vida, la tradición y el folklore.


Hija de madre bonaverense y padre chocoano, esta alegre artista afrocolombiana radicada hace más de 25 años en Francia, encontró desde muy pequeña su vocación por las artes narrativas, pues decidió estudiar teatro en la Universidad del Valle, tras recibir el llamado de las musas, como ella misma cuenta:

«Cuando mi mamá me vio tan emocionada haciendo teatro en el grupo del barrio, me dijo que ya era hora de que me concentrara en mis estudios de secundaria. Le pedí que fuera a verme y si ella consideraba que lo hacía mal dejaba el cuento del arte. Cuando me observó en mi primera obra, en donde interpretaba a una virgen negra, fui a preguntarle su opinión y la encontré sentada en un rincón, llorando emocionada».

Luego la tómbola del amor sedujo su corazón y viajó a Europa por el portal cósmico de la frontera Amazónica: Leticia, Brasil y Guyana francesa. En su camino creativo de inmigrante en la tierra de Baudelaire y Rimbaud, su espíritu empezó a embrujar el antiguo continente con la candela de colores etnicos musicales, como el funk, la cumbia, el currulao, el latin jazz y la salsa. El panameño Camilo Azuquita fue su faro inspirador en Francia; para enfrentarse con sus canciones a la nostalgia en una tierra fría, él la eligió como corista.

Meses después de su llegada, su vena artística se conectó con grupos como “Melting Pot”, “Azuquita y su melao”, “La Calentura”, y “Pazífico”. La suerte le sonrío gracias a su enorme talento y genuino carisma, abriéndose muchas puertas en el circuito norafricano porque la rayuela del destino la condujo a los palacios del rey Mohamed VI, en Marruecos, por invitación de la princesa Lalla Hasna,

«… y la puse a gozar con ‘Moliendo café’, y ella fue quien me llevó hasta la casa del rey. Canté mucho para la familia real y descubrí que son amantes de la cultura latina».

La sensualidad de su música le ha permitido conocer otros epicentros culturales africanos como Senegal, y su agenda incluye de manera permanente conciertos en París y en otras ciudades europeas que son cautivadas por el efusivo canto de Nancy Murillo, pues su música tiene un aura ancestral donde se colectivizan los sentires, las alegrías, las tristezas, las reivindicaciones, entre otras apuestas que se hacen ecos; voces múltiples, instrumentos vastos, toques, ritmos y melodías, que han sido y siguen siendo coraza, exorcismo, ausencias presentes, expresión en movimiento de los más profundos aconteceres.

Si no me cree querida especie lectora, lo invito a que cruce el umbral digital del ciberespacio y se tome su tiempo escuchando el álbum “Mujer Coraje”. Un homenaje a su abuela Diovigilda Castro, quien junto a su madre, le transmitieron los saberes de la cultura del litoral pacífico, enseñándole todos los secretos de la riqueza que hay detrás de sus costumbres ancestrales. Sus vacaciones de infancia tienen los sabrosos sabores de Buenaventura: sus olores, su brisa, su gastronomía, sus bebidas tradicionales y sus juegos con el fondo musical del mar, y de los instrumentos propios del Pacífico y el aguante estoico de sus féminas como la misma Nancy sentencia:

«Ella, Tía Yova, es el símbolo de miles de mujeres del Chocó, de Buenaventura, que con su fortaleza han sacado adelante a sus familias. Seguiré contando la historia de nuestro Pacífico y de nuestras mujeres, seguiré hablando de las vidas de aquellos que aún creemos en la familia; en el hombre y en nuestra tierra».

¡Ay Nancy Murillo va sola, va sola!