Cuando uno se despierta y se da cuenta que ya no tiene mejores amigos
COLUMNA LITERARIA || A los 25 años uno se despierta una mañana y se da cuenta que ya no tiene mejores amigos. Uno simplemente tiene mejores conocidos y amigos que no demoran en abrirse por culpa de una pendeja, un perro, un hijo, o sus nuevas metas en la vida. Luego se da cuenta que de 20 pelmazos con los que andaba, ya solo quedan como dos y ahora le toca andar con güevones que van llegando del trabajo, de la Universidad, de la rumba, de la calle, del parche del hermano o de la hembra con la que anda.
Por: Daniel Vivas Barandica
@dani_matamoros
De la U solo hice un «pana pana» que pareciera que lo hubiera conocido en el arenero del colegio. Es más firme que muchos familiares míos y aún sigue allí y sé que seguirá. Es más firme que una antigua secoya que hoy reposa en algún bosque de Estados Unidos.
Del colegio ya quedan pocos. La mayoría se fueron a creerse de mejor familia o se volvieron unos aburridos. Al principio fue cómo duro verlos cambiar. Luego simplemente me acostumbré, y si así son felices, no soy nadie para estar criticándolos…, pero suerte… A los 29 años me levanté una mañana y me di cuenta que gracias a esa mierda de las redes sociales y el marketing de influencia, tenía de nuevo amigos igual de firmes que los del colegio a los 15 años. Había encontrado a una manada de desadaptados a los que les podía confiar mi cuenta de ahorros. Mi tarjeta de crédito. Cualquier mierda que fuera para mí importante y no iba a pasar nada malo.
En 2014 cuando «me acosté a dormir» en la casa de mi mamá y no tenía mucho dinero porque estaba decidido a tener una vida austera y negarme a placeres mundanos y materiales, las veces que no aguantaba y me daba por salir, un pelado que responde bajo el seudónimo o «username» de Massturbo, era el que me pasaba plata por la app de Bancolombia. Me salvó el culo varias veces. Jamás lo he visto en la vida real. Sé que vive en Zarzal. Pero el cabrón me ayudó mucho en mañas de Twitter que los políticos aman y que les pudimos ofrecer como servicios o «asuntos poco claros» para sus campañas.
A Massturbo lo conocí por DM cuando le pedí que se registrara en la plataforma de influencers que yo comencé a manejar un día. Luego conocí a otro montón de cabrones de Cali, Bogotá, Ibagué, Arauca, Cartagena, Armenia, Medellín, Bucaramanga, Cúcuta, Valledupar y hasta Venezuela y México, y aunque a muchos solo los he visto una vez en la vida y a otros aún no los conozco, desde hace varios años todo el día hablo con ellos o sé de la vida de esas gonorreas porque estamos en grupos de WhatsApp donde se discute sobre trabajo, actualidad nacional e internacional, se cranean campañas de difusión de marcas en redes sociales, se montan alcaldes, gobernadores, ministros, se raja de medio mundo, se comparten chistes, memes, porno y videos de fútbol. Sobre todo porno.
Con los de Bogotá cada vez que tenemos un evento con alguna marca o vamos a tomar a una fiesta o a un concierto, eso es peor que cuando uno salía con los del colegio. Hay risas, llantos, peleas, putas, drogas, desengaños, alguno pregunta qué cómo se van a ir vestidos los otros, se juntan novias y mozas, pasan un montón de cosas, valemos verga, y al final quedan como diez mil historias… Yo sé… Quizás nunca madure…
Cuando el «maestro» OdioMisTweets me dejó tirado sin un peso con una cuenta de más de un millón de pesos en un hotel de Luque en Paraguay. Cuando un día me desperté con dos niñas de esas que trabajan hasta tarde y sin un peso en la cuenta para pagarles sus servicios. Cuando una noche fui a pagar una rumba de dos días en una discoteca y mi tarjeta no servía, fueron todos esos cabrones los primeros que no dudaron en volver a salvarme el culo para que yo no terminara golpeado y/o en alguna estación de policía.
En esas ocasiones llamé primero a familiares y viejos amigos pero me dejaron morir. Es curioso lo que el internet genera. Una confianza y lealtad mayor con «desconocidos» a la que se tiene con la gente que uno conoce desde hace años en la vida real. A veces la torta se me devuelve y son esos cabrones los que escriben o llaman pidiendo ayuda. De inmediato toca socorrerlos y uno sabe que esos maricas no le van a quedar mal. Uno sabe que les puede pasar millones que esos maricas como sea se los devuelven.
Sufro cada vez que el «maestro» OdioMisTweets se va de viaje porque pienso que más se va a demorar en llegar a Turquía, Rusia o el país de mierda que haya escogido esta vez, que en escribir que le mandemos plata para salir de la cárcel o pagarle a alguien porque lo encontraron cagando en la calle; teniendo sexo con una menor de edad o quebrando los vidrios de algún establecimiento. O que se metió a la habitación de una pareja musulmana de mente abierta del hotel donde se está quedando. Se emborrachó con esa gente. Sodomizó a la mujer mientras el esposo yacía inconsciente en el piso. Y al final terminó orinándose en las paredes de todo el cuarto haciendo cruces con sus «miaos», gritando que arriba el heteropatriarcado y generando una crisis internacional. Qué sufrimiento, en serio. Ahí me está hablando desde hace rato por WhatsApp y la verdad es que no he querido escuchar sus audios. No he querido oír su tartamudeo chillón, su balbuceo ebrio, entre risas y llantos, pidiendo ayuda por alguna cagada que hizo…
La semana pasada estuve en Cartagena y otro de esos «desconocidos» que ahora son mis panas gracias a Internet me atendió como si yo fuera un rey. Hace un año en Armenia otro cabrón de esos me llevó a dar una charla en su universidad. Hizo que me trataran como si yo fuera un ser humano importante. Me consiguió hasta hembra e hizo que que me gustara ese pueblo de mierda. Igual otro pana en Popayán también me llevó a conocer ese moridero, me mostró que esa ciudad vale la pena. En Medellín otro peladito me enseñó varias mañas de redes sociales y se convirtió en la base de nuestro trabajo allá. Así me la he pasado estos dos años. Yendo a sitios que jamás iría, conociendo gente que un principio ni puta idea, pero que al final, vale mucho la pena.
En este momento ando en Bucaramanga. No tenía nada más que hacer por la vida y me vine a conocer a varios panas. Con uno trabajo desde hace varios años y pues ya estaba mamado de no saber bien quién era ese marica. El parcero me ha atendido como si fuéramos amigos de toda la vida. No me dejó quedar en el hotel, me quedé en su casa, me presentó a sus amigos, a sus novias y mozas, y ahí hemos estado parchando y valiendo verga en esta ciudad de la que no sabía ni mierda pero que me ha parecido reáspera.
Espero ir próximamente a la cochina Arauca, a Barranquilla, a Valledupar y de nuevo a Armenia a parcharla con otros colaboradores. Algunos dirán que esa amistad o lazo fraternal se ha forjado por la cochina plata. Quizás… Tengan razón… Pero la cochina plata es lo que mueve el mundo y es lo que hace que cada mañana nos levantemos a seguir luchando en este juego escabroso que algunos llaman «vida»…