Vie. Abr 19th, 2024

COLUMNA || En Colombia siguen ocurriendo hechos trágicos relacionados con la violencia en el fútbol, que son el espejo deforme de las tensiones sociales y estructurales de un continente como América Latina, donde los jóvenes son el chivo expiatorio de un proyecto de sociedad fallida. Apuntes para la discusión sobre la ciudad de los fanáticos del BRS y el FRV. El terrorismo informativo más mediático y las políticas represoras, rodean un complejo fenómeno que aniquila la convivencia en una sociedad que dice estar en post conflicto.

Por El Zudaca
Nómada urbano egresado de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Valle con la Tesis
La Ciudad  de los Fanáticos (2001)

Advertencia

“ El fútbol no inventó el racismo, el machismo, la comercialización, la violencia, pero la refleja y la asume, y es la parte negativa del fútbol, y es con lo que tenemos que lidiar nosotros.  En los mejores días el fútbol es una congregación comunitaria que nos permite creer en la infancia, creer en los dioses y que debería servir para ser una escuela de estoicismo. El que es un aficionado a un club perdedor y lo sigue apoyando, es un hombre que sabe lidiar contra la adversidad porque el equipo lo ha educado moralmente para que así suceda. Esto nos da un ejemplo de cómo nos puede educar el fútbol, sin embargo muchas veces los aficionados al fútbol en vez de decir acepto la adversidad, acepto que el árbitro se equivocó, que nos perjudicó, porque el árbitro es idéntico a la vida, y he recibido cosas buenas que tampoco merezco, así como de pronto el rival comete un autogol que nos beneficia. Aunque el fútbol, es en ese sentido una escuela de la vida, muchas veces el aficionado se desespera y trata de cobrar venganza por cuenta propia.

Yo creo que eso es lo terrible cuando una barra mata a la otra hinchada o cuando se asesina a un futbolista como Andrés Escobar aquí en Colombia. Yo creo que cuando se trata de interferir fuera del fútbol, se violenta la razón misma del fútbol. Ahora bien por qué sucede esto, yo creo que esto ocurre porque los aficionados durante mucho tiempo hemos visto que nos han secuestrado el fútbol».  Juan Villoro, escritor mexicano

Plano de cojunto

Hace 39 años habito como urbenauta del trópico caleño y surfeó las dinámicas violentas de la sicotrópica kalikalentura. Un territorio fragmentado por comunas, laderas, colegios, universidades, estratos, computadores mac, redes sociales, tribus urbanas, barras bravas, hinchas, fanáticos, cultos religiosos, pandillas y televisores plasma a color con Direct TV.

En sus calles cada vez más gentrificadas y colonizadas por el poder corporativo, convivimos en una especie de feria de las desigualdades, como un inmenso espejo donde se reflejan los desocupados frente a la obscena opulencia de los dueños del dinero, la corrupción y la política. En esas calles aletosas y tropicales, el lienzo del asfalto nos acoge para reclamar, discutir, gritar y pelear por la memoria alternativa contra la historia oficial. 

Una memoria alternativa y urbana donde las barras populares de fútbol en la ciudad, no solamente protagonizan repudiables hechos violentos, también son productores de contenidos y capitales simbólicos, que evidencian los imaginarios de unas culturas urbanas, inmersas en un caótico ritual de masas, donde se reflejan las virtudes y los defectos de la condición humana, como la solidaridad fraterna del gregarismo tribal y los fundamentalismos absurdos, que niegan la diferencia.

Polaroid barrista
Acá son todos negociados, el fútbol, la política y la T.V
El abuelo, Attaque 77

Cuando un fanático se pone el traje de fútbol, su cuerpo cambia y se transforma en otro ser, devoto al planeta redondo, donde ruge una multitud en éxtasis, y lo hace cada domingo, para reafirmar la fidelidad a su primer amor, su equipo del alma.

El fútbol es la sangre que le recorre el cuerpo de principio a fin. Es su fuego y su pasión, fuente de emociones populares, que genera fama, poder, territorialidad y violencia, y que obedecen al hecho de escenificar la experiencia y los valores que gobiernan la vida de los individuos y de los grupos de las sociedades modernas, es decir, de las sociedades imbuidas de los valores de igualdad, justicia y libertad, caracterizadas por la tensión entre el individualismo y la nostalgia de colectivos tribales. Un  paisaje global donde las multinacionales privatizan e imponen verticalmente otros valores como la gentrificación del territorio, como ocurrió en Brasil durante la celebración de la Copa del Mundo 2014.

La Pelota no se mancha

Nuevas formas de identificarse y representarse a través del fútbol surgieron en Colombia a finales del siglo XX, a través del consumo cultural mediático y transnacional, vía parabólica e internet, dando origen a diversas manifestaciones estéticas entre los jóvenes que conforman las barras populares y que se vieron atraídos por modelos de socialización como el aguante argentino, configurando unas ciudadanías mestizas, que en el caso de las barras, suscitan un laboratorio de identidades complejas, dinámicas y agonísticas con sus cosmovisiones urbanas, pletóricas de ritos, mitos, cábalas y amores enfermizos, que ineludiblemente invocan pulsiones tanáticas.

Los comportamientos lúdicos, festivos, violentos y agresivos de los barristas, a lo largo y ancho del suelo tricolor, son claros indicios de nuevas formas de socialidad. En una ciudad contemporánea, como son las tribus urbanas, que basadas en modelos de identidad antagonista, prolongan y reactualizan viejas formas de tribalidad como los parches, las pandillas, bandas de barrio y oficinas de cobro, se nutren de otras existentes como las organizaciones juveniles comunitarias y grupos estudiantiles universitarios.

Adolescentes y jóvenes de distintos estratos y condición socioeconómica, encuentran en las barras populares (denominadas mediáticamente “barras bravas”), nuevas vías de expresión y distintas formas de alejarse de la normalidad que no les satisface, y ante todo, la ocasión propicia para intensificar sus vivencias alrededor de un culto pasional a un equipo de fútbol, en un estado religioso y místico que gobierna el vaticano de la FIFA, con su pléya de dirigentes corruptos, dentro de un escenario permanente de violencia y exclusión, de machismo e intolerancia, de estereotipos y represión, de disciplinamientos y control social con enfoque clínico, que no permite muchas ilusiones a corto y mediano plazo.

Los barristas, encuentran allí, en su dionisiaca interacción de comunidad emocional en los espacios urbanos, virtuales y callejeros, un núcleo gratificante de afectividad que muchas veces no encuentran en la familia o en la escuela, como síntoma latente de la crisis de la familia nuclear o una profunda pérdida de confianza en las instituciones del Estado y los partidos políticos tradicionales.

Al no saber distinguir y detallar los distintos tipos de violencia ritualizadas que ocurren dentro de las barras populares, la opinión pública sólo tiene como única opción, la información presentada por los medios masivos de comunicación, los cuales generalmente resaltan un punto de vista estereotipado, el del terrorismo informativo, produciendo una dramatización de la sociedad, sin preocuparse de forma ética por investigar e indagar de forma rigurosa y periodística, las innumerables tensiones, contradicciones y ansiedades que rodean a las culturas juveniles en el paisaje futbolero.

Coda
El aguante del barrismo social

Desde hace más de 10 años el barrismo social, cuyas ideas primigenias se gestaron entre chorros, plones y fanzines en la quinta del cuervo, el parque del perro y en las marchas del primero de mayo con los integrantes de la rockera banda 105 minutos, se ha arriesgado a pensar la ciudad de los fanáticos sin retórica populista, a través de sus protagonistas directos, los y las barristas que hacen la crítica del orden establecido para abrirle nuevos campos de acción a la expresión, a la libertad, a la marginalidad, al disenso, a las voces y a los cuerpos ninguneados, reivindicando un barrismo que escenifica la producción artística y las estéticas sociales que atraviesan las barras desde una dimensión profunda de lo político. Mientras tanto, su dimensión cultural de la cual suelen carecer las políticas públicas en Cali, en el ámbito de las artes callejeras futboleras, el Plan Decenal de Cultura sigue en un archivo en Word esperando ser aprobado por un concejo gobernado desde el adultocentrismo.

En aras de la construcción colectiva de una verdadera política de inclusión social, cultural y laboral con los y las barristas, donde se reconozca las diversas formas de habitar y representarse en la ciudad, es necesario que desde el Estado, la academia, el sector público y privado construyan y fortalezcan verdaderos espacios de participación, debate y discusión alrededor del barrismo social, en el marco de una industria cultural con responsabilidad social que debe promover el fútbol, con el apoyo y fortalecimiento a los emprendimientos productivos y proyectos de sostenibilidad cultural, como en algún momento se pensó con la formulación del Plan Decenal de Seguridad, Comodidad y Convivencia en los estadios, convocado desde el Ministerio del Interior en el 2013 y que vuelve a ponerse en práctica en Cali con el FRV y el BRS, después de varios años de falta de voluntad política, pero que el actual presidente de la Dimayor pretende desconocer como proceso, sugiriendo la implementación de estrategias represoras del primer mundo, a un país como Colombia, caracterizado por su inequidad social y el asesinato de varias generaciones de jóvenes en el campo y las ciudades por sus pensamientos divergentes al establishment.

Pensar la ciudad, desde el barrismo social es aportar un escenario para el mutuo reconocimiento, que abre la política a una mayor y más profunda participación democrática, para la ciudad que habitamos, sin importar la condición económica y social, pero sintonizada en la búsqueda colectiva para el diseño de propuestas y acciones que permitan alcanzar metas que resignifiquen al fútbol, como un escenario de construcción social, donde la paz y la convivencia sean los lineamientos y ejes centrales para hacer de esta práctica un instrumento integrador de armonía y no un factor de división, pérdida de vidas y generador de choques, en un país que en estos momentos le apuesta a la terminación de un conflicto bélico que ha exterminado el campo, la flora, la fauna y sus diversidades étnicas y culturales.

Ya lo dijo el pelusa Maradona en su partido de despedida en la cancha de la bombonera,«la pelota no se mancha», y desde la radio zudaca sursystem que amplifica las voces de los caballeros del tridente, que inventamos la fútboltopía del barrismo social, seguimos plenamente convencidos que habitamos el mundo desde el fútbol como un mantra sagrado, aquel que nos enseñó el finado Eduardo Galeano: “ganamos, perdimos, igual nos divertimos”


Bonus Track / Los Once de la tribu

“ El fútbol lo dominan grandes burócratas, grandes políticos, mafias, directivos sin escrúpulos que venden a nuestros jugadores. Cuando un niño ve que el ídolo de su infancia es vendido al mejor postor, cuando nosotros vemos que la camiseta que apoyamos tiene 5 ó 6 anuncios que la infaman, cuando nosotros vemos que los directivos hacen lo que les da la gana con nuestro cariño, con nuestra afición, y ponen nuestra afición en venta, entonces de pronto tenemos la tentación de decir si ellos no respetan el juego, porque lo vamos a respetar nosotros. Si ellos quieren sobornar árbitros como ha ocurrido en ligas tan sofisticadas como la italiana, o sea, si juegan así con nuestra pasión porque nosotros vamos a respetar las reglas del juego.

Creo que la gran culpa de lo que está pasando la tienen los directivos, los grandes especuladores, los dueños, los ricos del fútbol, los promotores que cobran comisión por sacar a un futbolista de su familia, de su entorno, para venderlo muchas veces a los doce o trece años a algún club europeo que lo va a meter en su escuela de fútbol. Creo que la manera de solucionar esto es volver a la idea de club, o sea, que el hincha se sienta respaldado por su equipo y que el equipo juega para él. Si se vuelve a comunicar al club, es decir, al futbolista con la hinchada, vamos a evitar la violencia, porque entonces los futbolistas van a volver a ser los nuestros.

Por eso escribí un libro que se llama ‘Los once de la tribu’, donde en los grandes días los
futbolistas son algo más que futbolistas. No son solo atletas, no son solo jugadores, no son solo estrellas o seres anónimos que van a sudar en la cancha, son los que nos representan, los que juegan por nuestra escuela, nuestra iglesia, nuestra universidad, nuestra ciudad o nuestro país, son los once de la tribu, son los nuestros. Recuperar esa idea, yo creo que es el secreto del fútbol y creo que tardará mucho en llegar, pero confío en las posibilidades del fútbol para sobrevivir, porque el fútbol es un animal indómito, lo han tratado de domesticar muchas veces y siempre tiene como dice Valdano, anticuerpos contra la modernidad, sale adelante y reinventa su frescura “. Juan Villoro.