Nuevos seres solitarios
Es como si la luz desgastada que alumbra el interior de este bar se pareciera a la puerca sensación de no poder estar con ella.
Entonces la veo.
Cabello claro crespo.
Ojos color marrón.
Nariz no muy bien definida.
Boca delgada y gruesa.
Piernas largas y cruzadas.
Piel blanca y uñas rojas.
Sé que me fascina, pero no puedo siquiera hablarle.
— ¿Por qué muchas mujeres creen que al pedirles que bailen, lo que quiero es llevármela a la cama?
— Lo sé Bizarro, así son algunas mujeres.
— ¿Por qué no disfrutar de un buen baile y una buena conversación mientras escuchamos Valse de Melody de Serge Gainsbourg?
— No lo sé Bizarro. Yo también al igual que vos estoy solo.
— Tan bueno que es bailar con una linda mujer.
— ¡Oh sí! Es genial y divertido.
— ¡Mozo, dos tragos más para esta mesa!… y también las hace ver hermosas.
— ¿Crees que nosotros no los somos?
— Puede que sí Andrés, pero no como a ellas les gusta un hombre.
No tenemos dinero.
No somos hombres materiales y hemos dicho mentiras que han roto su corazón.
Tal vez somos poetas interesantes y maduros, pero no somos lo que ellas quieren.
— Bizarro, ¿sabes que quiero?
— No tengo idea.
— Quiero caminar por un sendero con el pasto húmedo, en silencio y el crepúsculo frente a mí.
— Yo quiero escribirle poemitas en la espalda a ya sabes quién…
— Lo sé, ojala algún día puedas hacerlo y te deje dibujarle hojitas de menta en sus labios.
— En eso estoy de acuerdo contigo Andrés. Sobre todo dibujárselas mientras la miro toda la noche.
— ¿La mirarías toda la noche?
— Sí.
— ¿Sabes Bizarro? Si me encontrara una lámpara mágica en este momento le pediría al genio una sopita caliente para nuestras almas frías.
— Y yo le pediría que me inflara como un globo de helio para poder elevarme. Elevarme, elevarme, ¡y luego estallar!
— Empezar de nuevo… Como nuevos seres solitarios.
— ¡Salud por eso Bizarro!
— ¡Salud Andrés!